VII. Las consecuencias de la guerra de los campesinos

Con la retirada de Geismaier sobre el territorio veneciano había llegado a su fin el último acto de la guerra campesina. En todas partes los trabajadores del campo estaban sometidos otra vez a la dominación de los señores eclesiásticos, nobles o patricios; no se respetaron los tratados que en algunos sitios se habían firmado; las antiguas cargas fueron aumentadas por las enormes indemnizaciones cuyo pago impusieron los vencedores a los vencidos. El más grandioso intento revolucionario del pueblo alemán terminó por una derrota vergonzosa y una opresión redoblada[1]. Pero no fue la represión del movimiento la que a la larga hizo empeorar la situación de la clase campesina, pues antes de la guerra, la nobleza, los príncipes y los curas ya sacaban de sus vasallos lo que les era materialmente posible sacar; en aquella época la participación del campesino alemán en los productos de su trabajo, como la del proletariado de nuestros días, se limitaba al minimum de medios de subsistencia, indispensable para su propio mantenimiento y para la reproducción de la clase campesina. De manera general no cabía ya una mayor explotación. Muchos campesinos acomodados estaban arruinados, un sinnúmero de vasallos había tenido que pasar a la servidumbre, grandes extensiones de tierra comunal habían sido confiscadas y por la destrucción de sus viviendas, la devastación de sus campos y el desorden general habían sido arrojados gran número de campesinos a la carretera entre los vagabundos o entre los plebeyos de las ciudades. Pero las guerras y las devastaciones eran fenómenos muy corrientes en aquella época y el nivel de vida de la mayoría de los campesinos estaba tan bajo que su situación no podía ya empeorar a la larga a causa de los nuevos aumentos tributarlos. Las guerras religiosas que siguieron y por fin la guerra de los treinta años con sus incesantes devastaciones y matanzas en masa fueron para los campesinos un golpe mucho más duro que la guerra campesina. Sobre todo la guerra de los treinta años que aniquiló la mayor parte de las fuerzas productivas de la agricultura y que destruyó numerosas ciudades, fue la causa de la miseria verdaderamente espantosa en que durante mucho tiempo tuvieron que vivir los campesinos, plebeyos y burgueses arruinados.

Fue el clero quien más sufrió las consecuencias de la guerra campesina. Sus conventos y fundaciones habían sido quemados, sus tesoros robados y vendidos al extranjero o fundidos y sus provisiones se habían agotado. Los clérigos casi no habían podido oponer resistencia alguna, y el odio popular les había alcanzado con todo su vigor. Las demás clases, los príncipes, la nobleza y la burguesía hasta se alegraban en secreto por la mala suerte de los odiados prelados. La guerra de campesinos había popularizado la secularización de los bienes eclesiásticos en beneficio de los campesinos; los príncipes de sangre y una parte de las ciudades se pusieron a realizar esta secularización en su propio provecho; en los estados protestantes las propiedades de los prelados no tardaron en caer en manos de príncipes y patricios. Pero tampoco se había respetado la autoridad de los príncipes del clero, y los príncipes de sangre supieron aprovechar el odio popular en este sentido. Así vemos que el abad de Fulda terminó siendo un simple vasallo de Felipe de Hessen. Así la ciudad de Kempten obligó al principeabad a vender por un precio irrisorio una serie de valiosos privilegios que poseía en la ciudad.

También la nobleza había sufrido grandes daños. La mayor parte de sus castillos estaba en cenizas, muchas de las mejores familias estaban arruinadas y tuvieron que ganarse la vida al servicio de los príncipes. Su impotencia frente a los campesinos había quedado patente; la nobleza había sido derrotada en todas partes y forzada a capitular: lo único que la salvo fue la intervención de los ejércitos de los príncipes. La nobleza tuvo que perder su significación como clase imperial libre para caer más y más bajo la dependencia de los príncipes.

Tampoco las ciudades sacaron gran provecho de la guerra campesina. La dominación de los “honorables” quedo asegurada de nuevo; la oposición de los ciudadanos estaba quebrantada por mucho tiempo. Así la vieja rutina de los patricios fue sobreviviéndose hasta la revolución francesa, paralizando totalmente el comercio y la industria. Los príncipes hacían responsables a las ciudades de los éxitos momentáneos que en su seno había obtenido el partido burgués o plebeyo durante la lucha. Muchas ciudades que desde tiempo atrás formaban parte del territorio de los príncipes, sufrieron grandes perjuicios, se les privó de sus privilegios, entregándolas de manos atadas a la arbitrariedad de los príncipes explotadores, (p. e., Franken Nansen, Arnstadt, Schmaikhalden, Witsburgo, etc.), muchas ciudades libres, aunque no fueron incorporadas a los principados (como Mühlhausen) pasaron a depender moralmente de los príncipes vecinos: así sucedió con un gran número de ciudades imperiales en Franconia.

Los príncipes fueron los únicos que en estas circunstancias pudieron sacar algún provecho de los resultados de la guerra campesina. Hemos visto en el comienzo de nuestra exposición que el incompleto desarrollo industrial, comercial y agrícola de Alemania hacia imposible toda centralización y unión de los alemanes en una nación, no permitiendo más que una centralización local o provincial; los príncipes eran los representantes de esta centralización dentro de la división y formaban la clase a la que únicamente debía beneficiar todo cambio de las condiciones sociales y políticas de la época. El nivel que había alcanzado Alemania era tan bajo y el desarrollo de las diferentes provincias tan desigual que al lado de los principados seculares aun podían subsistir soberanías eclesiásticas, ciudades republicanas y condes y barones independientes. Sin embargo, la evolución tendía, aunque lenta y penosamente hacia la centralización provincial, es decir hacia la subordinación de las demás clases bajo la de los príncipes. Ellos por consiguiente fueron los únicos que podían ganar algo en la guerra de los campesinos y así fue. Ganaron, no sólo relativamente por debilitarse sus rivales, el clero, la nobleza y las ciudades, sino también llevándose lo mejor del botín. Los bienes eclesiásticos fueron secularizados en su beneficio; una parte de la nobleza más o menos arruinada tuvo que irse acogiendo bajo su soberanía; las indemnizaciones de las ciudades y de los campesinos vinieron a aumentar sus caudales; además las oportunidades de practicar sus operaciones financieras predilectas aumentaron de manera insólita al suprimirse la gran cantidad de privilegios de las ciudades.

El principal efecto de la guerra de campesinos fue agudizar v consolidar la división política de Alemania, esta misma división que había sido la causa del fracaso.

Hemos visto que Alemania estaba no solamente dividida en un sinnúmero de provincias independientes y totalmente ajenas una a otra sino que también en cada provincia la nación se dividía en numerosas clases y fracciones de clases. Además de los príncipes y curas nos encontramos con la nobleza y los campesinos en el campo y con los burgueses y plebeyos en las ciudades formando clases con intereses totalmente distintos, cuando no contrarios. Por encima de todos estos intereses tan complicados estaban todavía los del emperador y del papa. Hemos visto como todas estas tendencias llegaron por fin —aunque de manera lenta. incompleta y desigual según las reuniones— a formar tres grandes grupos; hemos visto que a pesar de existir estos grupos cuya formación tanto trabajo había costado, cada clase se oponía por su parte a la evolución nacional por el cauce que le fijaban las circunstancias de la época. Y como cada clase quería ir al movimiento por su propia cuenta, entró en conflicto no sólo con todas las clases conservadoras, sino también con las demás clases de la oposición, teniendo que sucumbir finalmente. Así la nobleza en la sublevación de Sickingen, los campesinos en la guerra campesina, los burgueses con su Reforma moderada. Así los mismos campesinos no llegaron en las demás regiones alemanas a un acuerdo para la acción común con los plebeyos, entorpeciéndose ambos el camino. Asimismo hemos visto cuales fueron las causas de esta fragmentación de la lucha de clases, de la consiguiente derrota total del movimiento revolucionario y de la derrota parcial del movimiento burgués.

La precedente exposición había demostrado a todos que la división local y provincial y el consiguiente particularismo hizo que se hundiera todo el movimiento; se había visto, como ni los burgueses, ni los campesinos, ni los plebeyos llegaron a la unidad de acción en la nación entera, como en cada provincia los campesinos actuaban por su propia cuenta negándose a ayudar a sus vecinos y como de esta manera fueron aniquilados aisladamente en sucesivas batallas y por ejércitos que ni siquiera sumaban la décima parte de la totalidad de los insurgentes. Los diferentes armisticios y tratados que algunos destacamentos aislados firmaron con sus adversarios constituyen otros tantos actos de traición a la causa común; el hecho de que los destacamentos se agrupasen, no con el fin de llevar a cabo, ellos mismos una acción común, sino forzados, bajo la amenaza de sucumbir ante un enemigo común; constituye la prueba más contundente de la indiferencia que los campesinos de una provincia mantenían frente a las de otra a consecuencia de su mutuo reconocimiento

También allí es evidente la analogía con el movimiento de 1848-1850. También en 1848 estaban en pugna los intereses de las diferentes clases de la oposición, y cada una actuaba por su propia cuenta. La burguesía se había desarrollado lo suficiente para no tolerar ya el absolutismo burocrático­feudal, pero aun no tenía bastante fuerza para subordinar los deseos de otras clases a los suyos. El proletariado era aun demasiado débil para poder confiar en una rápida superación del periodo burgués y en una pronta conquista del poder; en cambio ya había podido apreciar bajo el absolutismo las delicias del régimen burgués y ya había adquirido el suficiente desarrollo para no dudar ni un momento de que la emancipación de la burguesía no era su propia emancipación. La masa de la nación, los pequeñoburgueses, artesanos y campesinos, se vio abandonada por la burguesía que aun era su aliado natural, pero que ya la consideraba como demasiado revolucionario, y también en algunos casos por el proletariado por no ser bastante avanzada; como estaba dividida entre si, ella tampoco pudo conseguir nada hallándose en oposición continua contra sus aliados de derecha e izquierda. Por fin el particularismo de los campesinos en 1525 no pudo ser mayor que el de todas las clases que tomaron parte en el movimiento de 1848. Lo demuestran con claridad diáfana las cien diferentes revoluciones locales seguidas de otras cien contrarrevoluciones llevadas a cabo con la misma facilidad y el mantenimiento final de la división en estados fragmentarlos. Quienes conociendo los resultados de las dos revoluciones alemanas de 1525 y de 1848 todavía son capaces de divagar sobre la “Republica federal” no merecen sino ser encerrados en un manicomio.

Pero a pesar de tantas analogías, ambas revoluciones, la del siglo XVI como la de 1848-1850 se diferencian profundamente. La revolución de 1848, si bien no demuestra nada en favor de los progresos realizados en Alemania, por lo menos pone de manifiesto el progreso de Europa.

¿Quien se beneficio con la revolución de 1525? Los príncipes. ¿Quién se benefició con la revolución de 1848? Los grandes príncipes, es decir Austria y Prusia. Detrás de los pequeños príncipes de 1525 se ocultaban los burgueses mezquinos de la época, que los tenían mediatizados por ser ellos quienes concedían y pagaban el impuesto, mientras los grandes príncipes de 1850, es decir, Austria y Prusia, representaban a los grandes burgueses modernos que los tienen bajo su férula, que es la deuda del estado. Pero detrás de los grandes burgueses están los proletarios.

La revolución de 1525 fue un asunto particular de Alemania. Los ingleses, franceses, checos y húngaros ya habían hecho su guerra de campesinos, cuando los alemanes empezaron a hacerla. Si Alemania estaba dividida, Europa lo estaba mucho más. La revolución de 1848 no fue un asunto particular de Alemania, sino parte de un gran acontecimiento europeo. Las causas que la motivaron y que no dejaron de influir en ella durante todo su transcurso no se producen en un sólo país, ni siquiera en un solo continente. Al contrario, los países que fueron el teatro de esta revolución son los que menos participaron en su génesis. No son sino materia más o menos amorfa e inconsciente, transformada en el curso de un proceso en el que ahora participa el mundo entero y por un movimiento que en las condiciones actuales de la sociedad no nos puede aparecer sino como una potencia extraña, aunque por fin resulta ser nuestro propio movimiento. La revolución de 1848-1850 no puede, por lo tanto, terminar como la de 1525.

Notas

[1] El historiador burgués Engelhaff dice en su Historia de Alemania durante la Reforma, Berlín, 1903, pág. 245… “Las atrocidades que cometieron unos reaccionarios faltos por completo del menor sentimiento humano, superaron diez veces todo lo que habían podido hacer los insurgentes… Se estima en 130000 el número de campesinos muertos”.